La imaginación creadora
Vivimos una era comandada por máquinas cuyo previsible comportamiento empieza a no ser tan previsible
JUAN ARNAU (TRIBUNA LIBRE. BABELIA. EL PAÍS 16/06/18)
«Vivimos en la era del algoritmo y la abstracción. Una era comandada por máquinas, ya sean de guerra o financieras, cuyo previsible comportamiento empieza a no ser tan previsible. Pero no nos engañemos, la ceguera de las máquinas no es “neutral” o meramente instrumental, depende de ciertas pasiones humanas, demasiado humanas, que no es necesario enumerar. Al mismo tiempo, vivimos en la sociedad del entretenimiento, el folletín de Dickens lo sirve ahora por entregas Netflix o HBO, donde ejércitos de guionistas aspiran a recrearnos y a suplir nuestras carencias imaginativas.
La necesidad de utilizar la imaginación como medio de conocimiento es tan antigua como la filosofía. Se encuentra en estado embrionario en un libro de madurez de Aristóteles, donde se dice que todo pensamiento es al mismo tiempo contemplación de un fantasma. El rastro de esa idea puede seguirse en las tradiciones, sufíes y cabalísticas, en Dante y los vasallos de Amor, en la Florencia de Ficino y Pico della Mirandola y en místicos y visionarios como Böhme y Swedenborg. En todos ellos la imaginación es “órgano” del alma y permite el acceso a lo imaginal. Un mundo intermedio entre el mundo inmaterial de los valores y el mundo material de la experiencia sensible. Coleridge distinguió la imaginación de la fantasía, en unos párrafos deliberadamente ambiguos. Mientras la fantasía expresaría la creatividad del alma artística, para el romántico inglés aficionado al opio, la imaginación era la condición para participar cognitivamente en un universo sacramental, una idea donde resonaba la imaginatio vera de los alquimistas.»
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