«A veces se forman ideas verdaderamente curiosas sobre la relación que existe entre un novelista y su obra. El novelista, más aún que el autor de un tratado doctrinal, se mete en su obra. Por lo menos, este es el privilegio o la fatalidad de un cierto tipo de novelistas, en cuya primera fila se encuentra Dostoievski. ¡Nuestras teorías, incluso las que nos son más queridas, pueden ir demasiado lejos! A veces el que trata de definirse es incapaz de ello, pues la vida es rebelde a las fórmulas y mejor se la coge por sorpresa en el movimiento de su actividad. Y un hombre puede expresarse mejor, sin quererlo, creando otros seres que haciendo observaciones. Muchas veces el secreto más íntimo, incluso en el más concienzudo examen, se diluye y se escapa en el propio acto creador. ¡No hay mejor retrato del padre que la figura de su propio hijo! El novelista tiene la suerte de ser más sincero, puede serlo completamente, gracias a la variedad de sus personajes. Cada uno de ellos es un aspecto de sí mismo. Los personajes son otros. Pero ahí empieza la dificultad; ¿qué es el yo?…»
Desdoblamientos y símbolos (El drama del humanismo ateo. HENRI DE LUBAC)