El taller desprende siempre una mezcla ya familiar de olores a los materiales  y a las herramientas usados en él de forma habitual. Pez, bramante y lezna, en sus ágiles manos, cosen gomas suela y piel, de sandalias y abarcas a veces de encargo, y de otros remiendos de gentes del pueblo. Aquellos olores mezclados con otro especial que despide enseguida el bote de disolución al abrirle, e inundar el espacio, como queriendo sus vapores liberarse, llegan a la calle a través del balcón de la casa junto al que se sienta, en su banco, el zapatero.

Regresan por las tardes los campesinos con caballerías cargadas con grandes serones de leña que rebasan la esquina de la casa camino del juncarejo, no sin antes ver el balcón cruzándose su mirada con la mezcla de ese olor especial que a su través vomita el taller. Y  a veces unos piensan y otros gritan, con envidia, “¡qué bien vives Serapio!”, …

(Continúa pinchando aquí: Arre borriquito )

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